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jueves, 6 de diciembre de 2007

Por mi ventana... Pastillita para la gloria...

Pastillita para la gloria...
Ojeando los suplementos dominicales de la prensa, el pasado fin de semana pude leer un reportaje sobre la maternidad en edades prematuras, es decir, antes de los dieciocho. Según fui leyendo, existe un gran porcentaje de madres jóvenes y en el ranking era España la subcampeona en este concurso, con la cifra de más de 18.000 embarazos adolescentes al año.

Precisamente en Barbate sabemos mucho de esto y lo que antes se convertía en algo así como todo un ‘escándalo’ para las comidillas de calles y plazas, hoy en día es algo tan normal que lo extraño es, precisamente, lo contrario. Con esto no quiero reprender con la inquisición que se acostumbraba a discriminar en otros tiempos, pero creo que este extremismo y esta liberación del cuerpo no es lo más conveniente.

Hoy en día son muchas las niñas, y digo bien niñas, que tienen a sus hijos con 17 o incluso 15 años. Mientras unas niñas lo hacen por su propia supervivencia en otros lugares del mundo, aquí se hace por la falta de cultura. La infancia de esos hijos es durísima, la educación forjada por unas abuelas y no por unos padres en el seno de una familia, no ya que estén casados, sino que, en algunas ocasiones, ni siquiera conocen al padre. Por supuesto no es culpable sólo la embarazada, también tienen mucho que decir el que pone la semilla, los padres, su familia, su cultura...

Entre los ‘contras’ de estos embarazos adolescentes no sólo se encuentra en peligro la madre en cuestión, sino el propio hijo que espera en su vientre. Esto hace que exista una generación algo enrarecida con madres a los 16. Por mucho que haya vivido alguien, hoy por hoy, y teniendo en cuenta el mundo en el que vivimos, no creo que se esté mentalizado ni preparado para ser padres a esas edades. La carga es sobretodo para la abuela, que suele ser quien se encarga del retoño, de sus cuidados y de sus responsabilidades, porque al fin al cabo es su sangre y la mentalidad de los progenitores del niño no llega a más.

Ante esta avalancha de ‘barrigas’ sería idóneo fomentar, dentro de la condiciones de un centro de la juventud, algún indicio de planificación familiar. Lugares donde puedan acudir estos padres para la información tanto de ayudas para familias adolescentes, como para prevenir. No sólo basta con una conferencia anual en los institutos sobre preservativos, los cuales salen volando posteriormente a modo de globo. Es necesario algo más de implicación.

La píldora del día después, por ejemplo, en Cataluña ya se está empezando a ofrecer sin la necesidad de obstáculos complicadísimos que dificulten el proceso. La cultura sexual puede ser unos de los ejes para la solución de este problema: la información desde pequeños, desertar los tabúes, la educación en la familia y en los colegios, etc; todo lo posible por evitar el adelantamiento inconsciente del ciclo de la vida.

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