Luis Rossi/Barbate
Una noche de septiembre de hace casi once años alzaba la mirada al cielo, como queriendo encontrar un resquicio de esperanza en el firmamento. Allí fue cuando me percaté que un lucero se desvanecía del cielo. En aquel momento no tuve por qué saberlo, pero el tiempo, muy a mi pesar, me explicaría qué ocurriría.
Una noche de septiembre de hace casi once años alzaba la mirada al cielo, como queriendo encontrar un resquicio de esperanza en el firmamento. Allí fue cuando me percaté que un lucero se desvanecía del cielo. En aquel momento no tuve por qué saberlo, pero el tiempo, muy a mi pesar, me explicaría qué ocurriría. Sin más sueños que los inocentes deseos que te dan los diez años, su cuerpo, cosido por la angustia, y su mirada, sin remordimientos, dejaban de ser vistos por mis ojos cegados por la lejanía en un abrir y cerrar de párpados. La vida. Una vida sesgada, una vida de diez primaveras. Diez rosas suficientes para regar en las mentes del mundo su sonrisa, su cálida sonrisa… Y aún así, sin saber qué y cómo hacer, qué y cómo decir un suspiro eterno se fue como vino. Sentencia que un desdichado y maligno mal jamás querría para su peor enemigo. Un mal dañino, que envenenó su sangre y, de paso, condenó a su gente.
Extraida de: www..com
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